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Frank X. Shaw, Vicepresidente de Comunicaciones Corporativas en Microsoft
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Como es común durante fin de año, me encontré un poco reflexivo. Pero no reflexionaba sobre los pasados 365 días, sólo en uno. El día en el que pensaba era uno normal, no como los otros 364 que lo rodearon. De hecho, lo único notable que sucedió fue que hice una pausa al final del día y tomé nota de cómo lo extraordinario se había vuelto ordinario.
Desperté, revisé los titulares de los periódicos, revisé los resultados deportivos y vi algunos Tweets. Escribí algunos email, salí a correr, me dirigí hacia el trabajo, tuve algunas reuniones. Conduje mi auto hacia el aeropuerto, volé a San Francisco, tuve algunas otras reuniones y tomé una cena. Luego me registré en mi hotel, llamé a casa, le di las buenas noches a mi hija y trabajé un poco antes de ir a la cama. Como dije, bastante normal.
Pero lo que note al final de ese día fue cómo la tecnología que utilicé estuvo conmigo en todo momento, y me permitió aprovechar de mejor manera cada momento. No importó que el momento fuera personal, profesional, en casa o en el hotel, en el auto o el avión, al trabajar solo, o con un equipo.
Mantuvo el paso de manera continua y nunca me hizo pensar sobre el contexto en el que estaba o me hizo cambiar identidades. La tecnología que utilicé sólo me siguió durante el día, e hizo cada parte de él más sencilla, rica y más productiva.
Esto es porque utilicé cosas fabricadas por una compañía que no me ve sólo como un diagrama de Venn de diferentes segmentos de mercado, sino como una persona. Microsoft, desde su fundación, siempre ha creado tecnología para las personas. Personas que realizan una gran cantidad de cosas durante su día y les gustaría contar con un conjunto de herramientas que hicieran lo mismo. Así que, conforme avanzaba mi día, mis dispositivos se adaptaron a mí conforme me movía entre contextos personales, profesionales y sociales. No tuve que cambiar plataformas cuando alternaba entre actividades de consumo, creación y colaboración. No fui forzado a administrar múltiples ecosistemas, entender diferentes interfaces de usuario y convertirme en el integrador de sistemas de mi propia tecnología.
Ya fuera transmitir un webcast en mi escritorio o ver Netflix en mi hotel, ser el co-creador de una presentación de Office o ser el copiloto de un Scorpion en Halo, los dispositivos y servicios que utilicé funcionaron cuando los necesité. Sin tener que esquivar cosas, colocar cinta adhesiva o hacer malabares que pude observar que hacían mis compañeros de viaje mientras estaban en movimiento. Pude trabajar conectado o desconectado, a través del tacto o del teclado. Realicé una videollamada con mi equipo a través de Lync en una sala de conferencias y con mi hija por Skype. Descargué datos corporativos de manera segura y subí fotos de Instagram al instante. Platiqué por chat con mis colegas en Yammer y mis amigos en Facebook. Hice balance de presupuesto y jugué “Angry Birds”.
De un minuto a otro, de un momento a otro, hice lo que quería hacer, y mi tecnología me siguió para ayudarme a sacar el mayor provecho a cada situación en la que me encontraba. Todas cosas ordinarias, pero llevadas a cabo de manera muy sencilla cuando sus herramientas se integran a su vida y no sólo son parte de ella.
Eso es lo que veo cuando miro hacia atrás en 2013, el año en el que todas las piezas encajaron en su lugar para ayudarme a sacar el mayor provecho de cada momento de mi nada especial día. Y cuando miro hacia 2014, apuesto que cualquiera de ustedes que pruebe nuestras más recientes cosas llegará a la misma conclusión.
¡Nos vemos en Las Vegas!