YOUTHSPARK | El corazón de la selva
Cómo cinco jóvenes tecnólogos transformaron sus comunidades, la selva y a ellos mismos
Inclusive en la selva el desayuno es la comida más importante del día.
También es uno de los pocos momentos en que Sara Stifler, Sathya Narayanan Subramanian, Dominic Co, Juan Carlos Murillo y Laura Fulton dejan de moverse. Y es durante el desayuno que hablaremos sobre la vida, el amor, la tecnología y sus metas mientras comemos huevos, tostadas, plátanos y jugos exóticos.
Por encima del ruido de tazas de café y cubiertos, estos cinco jóvenes irán revelando poco a poco sus planes de cambiar el mundo y, al hacerlo, descartarán rápidamente cualquier noción desagradable que yo tenga sobre la generación de los Millennials. (De hecho, su optimismo es tan contagioso, y sus capacidades y confianza tan reconfortantes, que un día me encontré a mí misma tarareando la canción “We Are the World” mientras terminaba mi desayuno—sin un ápice de ironía—.)
Al igual que la obra maestra de John Hughes hace 30 años, este “Club de los cinco” está formado por cinco jóvenes con muy poco en común que se meten en una situación difícil que los desafía y, por lo tanto, los transforma para siempre. A diferencia de “El club de los cinco” original, estos cinco jóvenes se hospedan en una cabaña en la selva amazónica, no están castigados como en la película. (Además, debido a que el mayor de ellos nació en 1991, ninguno ha visto la película, pero escuchan y asienten educadamente con la cabeza cuando les explico el tema y su relevancia cultural.)
Durante el desayuno nos enteraremos de que Fulton ganó una patente antes de graduarse de la preparatoria (por un esmalte dental sintético que inventó), que en casa Murillo tiene un perico de nombre Max que hace una imitación perfecta de su madre cuando lo llama a cenar, que a Co no le gusta el helado (aunque su mamá es la directora de Dippin’ Dots en las Filipinas), que Subramanian es 100% confiable para realizar algún comentario gracioso cuando las cosas se ponen demasiado tensas o pesadas, y que Stifler pasó el verano viviendo en una casa de campaña en el bosque simplemente para saber si lograba hacerlo.
A medida que Subramanian, de 23 años de edad, caminaba hacia la puerta del Aeropuerto Internacional de Coimbatore, trastabillando bajo el peso de su gigantesca maleta, su papá, mamá, abuela, dos tías y hermana lo despidieron vitoreando (con tanta emoción que la gente de alrededor le preguntaba a Subramanian si se iba de la India para siempre).
“Me parece buena idea que nos manden a un lugar como Ecuador, donde tenemos dos semanas para ver la escasez de recursos y la vida tan difícil de las personas, y donde tenemos tiempo de pensar en muchas cosas y en todo lo que tenemos”, dice Subramanian durante el desayuno. “Luego, cuando volvamos a casa, podremos ejercer presión desde un lugar de poder. Podremos decir: ‘Tenemos tantos recursos que otros carecen, de modo que debemos aprovecharlos al máximo’”.
Una mañana, durante una caminata por la selva, los estudiantes conversaban sobre la vida salvaje local conforme ascendían un monte tan inclinado que tenía escalones. Mauricio y Rodrigo, los guías de Minga Lodge, solían decir: “Si no ven vida salvaje de ningún tipo en la jungla no se preocupen, ella sí los ve a ustedes”. Eso, desde luego, hacía al grupo estremecerse (y hasta temblar). La selva amazónica está, en efecto, llena de criaturas venenosas que muerden y pican (aunque, por fortuna, la mayor parte del tiempo prefieren evitar a los humanos). Hay pirañas, tarántulas, escorpiones, caimanes, anacondas…
Su proyecto, Sin Miedo a la Corriente, busca “eliminar el miedo” a la tecnología entre los adolescentes mexicanos y motivar su interés en la computación y la ingeniería eléctrica, ya sea enseñándoles sobre las tecnologías emergentes o a generar código.
A la mañana siguiente, los jóvenes huéspedes de Minga Lodge se suben a una canoa y cruzan el río para visitar a Miguel Vargas, un campesino que provee al hostal de algunas de sus frutas, vegetales y café. Mientras enseñaba el lugar a los estudiantes, mostrándoles el duro trabajo que implica acarrear agua limpia del manantial y cosechar café y yuca, Subramanian explicó su aversión a la seriedad.
Subramanian, de 23 años de edad, es el más grande del grupo en el Minga Lodge, y solo le toma un par de días consolidarse como el tío alegre y feliz de algunos de los chicos más jóvenes. “Soy yo quien se la pasa saltando por todas partes recordándole a la gente que la vida es corta y que hay que ser feliz”.
“Le pregunté si podía leer mi futuro”, dice Co. “No puede”.
A medida que llevaba al límite sus capacidades físicas en un proyecto que se esperaba beneficiara a cientos de niños y sus familias, se dio cuenta de que también había despertado en él una pasión por realizar proyectos que tuvieran un impacto directo. Fue entonces que decidió que su nueva especialidad arquitectónica sería la construcción de bajo costo.
Stifler es atrevida, energética y carismática. Tiene también la energía de un bicho bocarriba; la intensidad de alguien que sabe bien que se encuentra en un momento decisivo de su vida.
“Tal vez sí lo utilizaría, pero no para mí, porque yo tendré acceso al Internet dentro de siete días que vuelva a casa. Pero hay gente aquí que quizá nunca tenga Internet, de modo que sería genial buscar a alguien y preguntarle: ‘¿Existe algo que siempre hayas querido saber?’ Y dejarlos usar mi tableta durante 15 minutos para que conozcan lo que el Internet puede hacer por ellos”.