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Estamos en casa

‘No puedo ver a alguien en necesidad y no hacer nada’

Shy Averett, la constructora de comunidades ubicada en Detroit, no podía voltear la mirada cuando escuchó sobre la crisis del agua en Flint

La exuberancia de Shy Averett burbujea dentro de un por lo general tranquilo café en Seattle. Ella ríe y sonríe mientras habla de todo, desde las peculiaridades de su infancia como joven en Detroit a su relación con su madre, quien infundió un deseo rotundo en Shy por ser una constructora de comunidad.

Desde que Shy tiene memoria, ella ha seguido un sentido de deber y disciplina cívicas – rasgos que la llevaron a convertirse en la persona más joven en ese entonces en ser parte de la Mesa Directiva de NAACP, a los 15 años.

Algunos años después, y con una altura de 6 pies (1.82 metros), Shy es una notable presencia con una personalidad que llena la habitación. Su madurez es aparente, pero su risa resalta su juventud, hasta que un tema cambia su ánimo de manera abrupta de vertiginoso a sobrio: Flint.

En 2014, la ciudad de Flint cambio su fuente de agua primaria del Departamento de Agua y Alcantarillado de Detroit al Río Flint. Después de una avalancha de quejas de parte de ciudadanos y publicaciones en redes sociales de niños cubiertos de sarpullido y agua turbia que salía de los grifos de la cocina, se declaró un estado federal de emergencia, y se descubrió que las tubería de suministro de agua estaban corroídas por agua llena de plomo. Se produjo una crisis de salud pública con una amplia difusión.

“Vi que la historia salió en las noticias”, suspira de manera profunda, mientras apoya ambas manos en sus rodillas. El agua en Flint, Michigan, sólo a una hora de distancia de su hogar cerca de Detroit, era venenosa. “La gente no podía beber el agua, no podían cocina con esa agua, y no se podían bañar con el agua”.

“En lo profundo de mi corazón sabía que el nivel socioeconómico y la clase social de los ciudadanos de Flint jugó un papel directo en por qué la gente decidió que [los residentes consumieran agua contaminada] eso era aceptable”.

En una ciudad formada en su mayoría por personas de raza negra, donde 40 por ciento de la gente vive en pobreza, las autoridades estatales y municipales aseguraron de manera preventiva que el agua era segura, y luego negaron durante meses que hubiera un problema.

Shy, que en ese entonces era especialista en eventos y desarrollo de la comunidad para la Tienda Microsoft en Troy, un suburbio de Detroit, no podía mantenerse quieta y no hacer algo mientras se desarrollaba esta situación. Sin un plan real de acción, comenzó a reclutar a colegas, amigos, y a otras personas en la comunidad para que donaran agua.

En tan solo días, recolectó más de 18 mil botellas de agua y se dirigió a Flint con su amigo y colega, Alante Johnson. Shy se adentró en la situación sin tener idea de qué esperar cuando llegaran a Flint, pero decidió que era importante para ella ver el río con sus propios ojos.

Lo que vio era peor de lo que temía.

“El agua tenía un color cercano al de esa tierra”, comenta, de regreso en el café, mientras señala hacia la ventana hacia un parche de tierra color marrón pálido en la cera. “Ni siquiera meterías tu mano ahí”.

El visible estado del agua dejó sin palabras a Shy y a Alante – algo que según Shy es inusual para ambas. Juntas, contemplaban al río con lágrimas en los ojos. No podía creer que alguien pudiera tomar la decisión de exponer a esa área de por sí desfavorecida al agua que se veía de esa manera.

“No soy experta en cómo se purifica el agua”, comenta, “pero te puedo decir con solo verla, que esa agua nunca debió beberse”.

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Cuando Shy regresó a su hogar en Troy después de su visita a Flint, sentía el conflicto. Aunque se sentía contenta de haber donado miles de botellas de agua a iglesias y centros para personas mayores, también supo que el agua que había donado era sólo suficiente para que una de cuatro personas se cepillara los dientes un día determinado. Regresó a casa, sombría pero sin inmutarse, con un profundo entendimiento de la labor que se requería hacer.

Unas semanas después, regresó a Flint con más agua: en esta ocasión con más de 80 mil botellas. Y, como el problema en Flint no había sido resuelto en su totalidad, su labor ahí no estaba cerca de finalizar.

La situación en Flint trajo las realidades de injusticia y opresión de regreso a la mente de Shy, para despertar su sentido de urgencia y responsabilidad y ponerlos a toda marcha. Pero ella aceptó el reto de hacer su parte tan a fondo como pudiera, sin desilusionarse acerca de poder salvar a todos.

“Ves todo el rompecabezas y piensas que es muy grande”, menciona, “pero tienes que entender que tú eres solo una pieza. Puedes hacer tu parte”.

Ves todo el rompecabezas y piensas que es muy grande, pero tienes que entender que tú eres solo una pieza. Puedes hacer tu parte.

Aunque Shy ahora reside en Seattle, visita Troy en ocasiones una vez al mes para seguir conectada con su iglesia local. Y durante esos viajes, ella maneja una hora en dirección norte hacia Flint tan seguido como es posible para donar agua y ponerse en contacto con su comunidad ahí.

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El compromiso de Shy con la construcción de comunidad y con dar a quien necesite ayuda fueron cultivados a una temprana edad, en el hogar de Detroit conformado sólo por ella y Jackie, su madre.

“Mi mamá es la mejor de todas”, comenta Shy, con seguridad. Su alegre personalidad brilla aún más cuando habla de su madre. Pero también, no puede hablar de ella sin romper en llanto.

Durante la juventud de Shy, Jackie era exitosa, inquebrantable en sus estándares de excelencia y dedicada a mejorar la calidad de vida de las personas a su alrededor.

“Cuando Shy tenía cuatro años, ella acomodaba su ropa, la tendía y la planchaba si era necesario. Como madre soltera negra, sólo éramos ella y yo, y yo quería asegurarme que era auto suficiente e independiente”, mencionó Jackie en una entrevista telefónica, en la que recordó los primeros años de Shy.

“Quería asegurarme de que ella pudiera afrontar cualquier situación y tener una buena chance de sobrevivir sin mí”.

Después de retirarse de una larga carrera en finanzas corporativas, Jackie ha tomado lo que describe como el trabajo más complicado pero más satisfactorio que haya tomado – dar clases a niños de sexto en la Escuela Woodmont en Piedmont, Carolina del Sur, donde dos tercios de los estudiantes reciben almuerzo gratis o con descuento.

“Me apasiona mucho la educación”, comentó Jackie. “En ocasiones, los niños no quieren estar ahí, y tengo que encontrar la manera de hacer la clase interesante para ellos”. Shy se identifica con esta lucha como parte de su trabajo de gestión de comunidad.

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Michigan es hogar de unos de los inviernos más fríos del país. Un año antes de Acción de Gracias, Jackie llevaba en el auto a su entonces hija preadolescente a través del Cass Corridor de Detroit en camino a casa.

Cass Corridor era un barrio pobre conocido por el crimen, las drogas, y la falta de viviente. Shy estaba desconsolada al ver a tanta gente que viví en el frío.

“No lo entiendo. Y saber que no tienen comida – eso me molestó al punto que dije, ‘Mamá, quiero cocinar para ellos’”.

Con un poco de escepticismo pero a la vez con consciencia de la necesidad de su hija de dar una mano a la gente necesitada, Jackie llevó a Shy a una tienda de abarrotes por mayoreo, compró un festín de comida asequible y cientos de contenedores de comida para llevar y le permitió a Shy invitar a amigos a su casa para que le ayudaran a preparar comidas.

“A las tres de la mañana, todavía estábamos despiertos y preparábamos spaghetti y rollos de tocino”, recuerda Shy.

Con la comida caliente, empaquetada de manera individual, Jackie subió a los chicos en el auto y se dirigieron a Cass Corridor.

Mi mamá es la mejor.

“Íbamos en el auto con mis amigos por el centro, entregábamos comida a la gente que no había podido entrar al albergue”, comentó Shy. “Luego se volvió una tradición. Mis amigos y yo, incluso en nuestros treinta, nos preguntamos, ‘¿Qué vamos a cocinar este año?’ Es algo que hacemos”.

Conforme creció, la pasión de Shy se expandió más allá de los actos aleatorios de bondad para incluir el activismo. La Shy adolescente experimentó la urgencia de empujar los límites como lo hacen todos los adolescentes, pero su versión de rebeldía juvenil fue organizar boicots y otros actos de desobediencia civil.

Años más tarde, en mayo de 2017, un niño de ocho años se acercó a Shy y le preguntó por qué el programa Black Girls Code estaba sólo disponible para niñas. Días después, ella creó Mancode, un programa de mentoría para más de 7 mil niños negros de todo el país.

Además, ha organizado eventos, recaudación de fondos, y acercamientos para niños que no pueden comprar suministros para el regreso a clases, eventos para el Día Internacional de la Mujer, Mes para Crear Consciencia sobe la Dislexia, y el Mes de la Historia Negra, por nombrar algunos.

“No podía estar en paz cuando era niña”, ríe Shy. “Todavía ahora, no puedo ver a alguien en necesidad y no hacer algo al respecto”.

Nunca se apartó de eso.

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Fuera de su hogar, ningún otro lugar formó a Shy más que su iglesia local, la Iglesia Bautista Misionera New Hope, una iglesia prodigiosa que ocupa casi toda una cuadra en Southfield con comienzos humildes como un pequeño edificio de una habitación hace 27 años. Ahí, Jackie fue parte del departamento juvenil, y Shy, que a los 15, comenzó a dirigir al coro y a enseñar lenguaje de señas.

El pastor de Shy, el reverendo doctor David Roberson, se volvió una figura paterna para ella. Él comentó que Shy siempre había sido una líder. Pero ella sólo se siente cómoda en el fondo.

“Ella le decía a los niños qué hacer”, comentó el reverendo, con una sonrisa en el rostro mientras recuerdan en su oficina uno de los muchos viajes de Shy a su hogar, “y luego cuando lo hacían, ella se sentaba y actuaba como si no les hubiera dicho nada. Nunca quiso llevarse el crédito”.

Aunque confiada, Shy se siente bastante incómoda con cualquier tipo de atención – no le gusta que le tomen fotos y evita el contacto visual cuando se le pide que explique su aparente incansable actitud de servicio.

“Eso también viene de mi madre”, responde Shy, cuando se le pregunta de dónde le viene la humildad, mientras tira algunas trenzas hacia los hombros para tapar su boca. “Ella diría, ‘No se trata del dinero. No se trata de la fama. No se trata del reconocimiento. Se trata de cómo tratas a las personas”. Eso era todo. Nunca he sabido operar de otra manera”.

La manzana no cayó lejos del generoso árbol.

El propósito de vida de Shy – encontrado a través de la presencia del amor, la fe, y la humildad – ahora conforma todo el trabajo de divulgación de Shy, tanto a nivel profesional como en sus actividades como voluntaria. Y en su relación con su madre.

Una es la favorita de la otra – “junto con Jesús”, agregaron ambas.

Cautelosa de tomar el crédito de su clara influencia sobre Shy, Jackie creía que la fuente de la devoción de Shy por hacer el bien es simple.

“Es la capacidad de amar que ambas tenemos; esa es la base”, comentó Jackie. “A partir de ahí, no tienes que ir tan lejos”.

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